Cualquiera que sea el baremo, la vara de medir que usemos, el balance sobre lo acontecido en Haití es muy negativo. Sobre todo en lo que afecta al papel de la comunidad internacional, más allá de las episódicas muestras de solidaridad epidérmica, o del aparente interés mediático. Mal se hizo en los años anteriores al terremoto con una visión de los problemas del país basada en la “estabilización” y en el envío de tropas, la MINUSTAH, con dudoso mandato. Minusvalorando otros problemas sociales, ecológicos, económicos, políticos y la elevada vulnerabilidad de la sociedad haitiana. Presentando al empobrecido país como una “amenaza para la paz”.
Mal, aunque algo mejor, se plantearon las cosas tras el impacto del terrible terremoto del 12 de enero de 2010 y el enorme eco que tuvo en la opinión pública internacional. Tras las primeras semanas de caos, de excesiva militarización por parte de algunos países, de desprecio a los medios locales, de puenteo a la propia ONU, la ayuda humanitaria de muy diversas procedencias –y esto es destacable- comenzó a llegar y las cantidades comprometidas para la mera respuesta de emergencia se han ido desembolsando con bastante eficacia. Incluso algunas instancias de coordinación, los clustersauspiciados por la ONU, comenzaron a funcionar. La ayuda humanitaria durante este año ha contribuido a salvar muchas vidas y a cubrir necesidades básicas aunque sea de modo muy precario y con concepciones asistencialistas.
Pero los problemas de Haití no son solo humanitarios, son mucho más complejos y ahí es donde las cosas se han hecho aún peor. Las labores de reconstrucción apenas han comenzado y la Comisión Interina para la Reconstrucción de Haití (CIRH) copresidida por el expresidente estadounidense Bill Clinton y el primer ministro haitiano Jean Max Bellerive está siendo un mecanismo absolutamente ineficaz para canalizar, incluso una pequeña parte, de los 10.000 millones de dólares comprometidos para esta tarea que apenas se han ejecutado. Esta lentitud, aparte del efecto directo sobre las más de un millón trescientas mil personas que viven aún en campos de desplazados sin horizonte a corto plazo, ha deslegitimado la presencia externa y el pretendido compromiso de la comunidad internacional en la rehabilitación. Y la demora en la mejora de los sistemas de salud, o agua y saneamiento ha contribuido a facilitar la extensión del brote de cólera y convertirlo en epidemia. Y la no predicción de esta posible contingencia es ya de por si un problema.
Pero donde la ineficacia se ha convertido en ineptitud ha sido en la dimensión política de la crisis haitiana. Que una comunidad internacional aparentemente volcada en el país no haya sido capaz de garantizar un proceso electoral mínimamente limpio es algo muy grave ya que, sea cual sea el resultado final, la sospecha de fraude y la sombra de la duda van a afectar el proceso político posterior. Y van a impedir una verdadera refundación de Haití, a través de un gobierno legítimo, que es el principal reto de futuro.
El porvenir de Haití es responsabilidad de los haitianos y esto debe quedar claro. Pero la comunidad internacional debe repensar su rol en el país para convertirse en parte de la solución y no, como en muchas ocasiones hasta ahora, en parte del problema. Haití accedió a la independencia el 1 de enero de 1804. Este 1 de enero de 2011 debería ser el inicio de un nuevo Haití.
Francisco Rey Marcos
Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos
y Acción Humanitaria (IECAH)
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Fuente: proyectoequo.org
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