martes, 16 de marzo de 2010

LA LUCHA DIARIA EN LOS CAMPOS DE HAITÍ

15-marzo-2010
Por Gerardo Ducos, delegado de Amnistía Internacional en misión en Puerto Príncipe, Haití.
La basura atasca uno de los canales del campo Cité Soleil. © Amnistía InternacionalHaz clic para ampliar
La basura atasca uno de los canales del campo Cité Soleil. © Amnistía Internacional
La distribución de tiendas y lonas impermeables no alcanzó para todo el mundo en el campo Delmas. © Amnistía InternacionalHaz clic para ampliar
La distribución de tiendas y lonas impermeables no alcanzó para todo el mundo en el campo Delmas. © Amnistía Internacional
En el mercado negro se pueden conseguir tiendas, pero la mayoría de quienes viven en Cité Soleil sólo pueden permitirse vivir bajo mantas. © Amnistía InternacionalHaz clic para ampliar
En el mercado negro se pueden conseguir tiendas, pero la mayoría de quienes viven en Cité Soleil sólo pueden permitirse vivir bajo mantas. © Amnistía Internacional

Han pasado dos meses desde el terremoto y son miles las personas que en Puerto Príncipe y otros lugares de Haití aún esperan recibir alguna ayuda humanitaria, por mínima que sea. En los cuatro campos improvisados que hemos visitado durante nuestros primeros días en Haití hemos podido comprobar que el día a día consiste en la lucha por vida y que las condiciones son, como mínimo, durísimas.

La gente no tiene agua, ni comida, ni saneamiento, ni refugio. La resistencia y la solidaridad mutua son los únicos elementos en que pueden confiar quienes habitan los campos.

Hay campos por todas partes. No hay espacio, en terreno público o privado, que no se encuentre ocupado por centenares, por miles de personas.

La gente construye sus refugios mayormente con mantas y toallas, o con lonas impermeables o, los más habilidosos, con estructuras de madera o latón reciclado.

En los campos que visitamos en Cité Soleil, Delmas y Campos de Marte, se han creado comités locales que improvisan y asumen las tareas básicas de organización social: la coordinación, la seguridad durante la noche, la inscripción de familias, actividades para los niños y niñas, la excavación de letrinas y la demarcación de espacios comunes.

La participación y representación de las mujeres en esos comités es limitada.

Así las cosas, la principal ocupación de la mayoría de las mujeres es ir de un lado a otro por las calles de Puerto Príncipe vendiendo lo que pueden e intentando llevar lo que sea a sus familias para alimentarlas. En algunos puntos de distribución, las mujeres esperan pacientemente en ordenada fila para conseguir algo de arroz u otros artículos de las organizaciones humanitarias, bajo la atenta mirada de soldados estadounidenses fuertemente armados o de cascos azules de la ONU.

El grado de destrucción en la ciudad es inmenso y la mayoría de los edificios de las instituciones gubernamentales se han venido abajo o presentan daños que los han dejado inutilizables. Las autoridades, al igual que millares de haitianos más, están literalmente acampadas y trabajando a pie de calle.

La comisaría de policía de Puerto Príncipe está situada a unos centenares de metros de lo que fue el Palacio Presidencial y desde ella se ven los Campos de Marte, uno de los espacios abiertos de la ciudad… actualmente ocupado por más de 12.000 personas.

En la comisaría encontramos a una de las pocas unidades constituidas para responder a la violencia contra las mujeres. En realidad se reduce a una habitación con una mesa polvorienta sobre el suelo de tierra que funciona sólo de día.

Desde el terremoto se han rellenado varias páginas de un libro de registro con denuncias por abusos sexuales y violencia contra mujeres y niñas en los Campos de Marte, al otro lado de la carretera.

El día que visitamos la comisaría, el agente de servicio nos hizo de mala gana un recuento del número de casos registrados en el libro de registro: 52 casos de violencia física y sexual desde el terremoto.

El agente nos dijo que muchas de las víctimas eran menores de edad, de entre 11 y 16 años, y que la mayoría de las agresiones se producían de noche. Aunque sabía dónde debía remitir a las víctimas para que reciban atención médica tras una agresión sexual, fue incapaz de explicarnos por qué, la noche anterior, a una mujer que había acudido buscando ayuda de la policía por el intento de violación de su hija de 17 años por parte de un grupo de cuatro jóvenes, le habían dicho que la policía no podía hacer nada por ayudarla y que la seguridad en los campos es responsabilidad del presidente de la República. Un duro golpe para la confianza de la población en la policía…

La vida se abre paso entre los escombros

El bebé Wilson nació la noche anterior a nuestra segunda visita a Cité Soleil, en un campamento improvisado que alberga a 272 familias.

La madre dio a luz en las condiciones más insalubres que se pueda uno imaginar: en medio de la suciedad, a escasos metros de un pestilente canal de agua putrefacta atascado por la basura e infestado de moscas y mosquitos. Otra mujer del campo ayudó en el parto a la madre de Wilson. Nos contó que el parto había sido difícil y que tuvo que llevarlo adelante sin agua limpia, ni toallas, ni útiles estériles para cortar el cordón umbilical.

Wilson, entretanto, con sus 24 horas de vida, reposa tranquilo en los brazos de su madre, sin que le molestaen nuestra presencia o el enjambre de mosquitos que invade la estancia construida a base de mantas y cuerdas. Ése es el hogar en que Wilson ha nacido.

Este precario refugio apenas alcanza para dar un poco de sombra, sin protección alguna contra cualquier otro tipo de inclemencia. En él malviven tres pequeños y su madre, viuda, expuestos todos a las lluvias y las periódicas inundaciones en Cité Soleil y vulnerables ante todo tipo de enfermedades infecciosas.

La estación de las lluvias se cierne sobre la población, y no hubo persona con quien habláramos que no nos dijera que su mayor temor es en estos momentos la lluvia que se avecina. Ahora lo que necesitan es refugio. Eso es lo que piden. Es su prioridad.

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